domingo, 6 de julio de 2014

Desayuno

Se levantó muy temprano y con un ligero dolor de cabeza. La fiesta de anoche había sido intensa.
Una sonrisa se dibujo en su cara al recordar a la chica con la que salió del bar en donde celebraron el cumpleaños de su jefe.

Entre tantos cigarros, ternos italianos, relojes suizos, egos gigantes y sonrisas falsas, una sola chica llamó su atención. 

Vestido negro que contrastaba con su piel pálida, cabello negro y largo, labios pintados de un rojo intenso. Imposible no mirarla. 

Pasaron la noche juntos. Usualmente prefería los hoteles de 5 estrellas, pero esta chica merecía algo más. Merecía la intimidad de su duplex en el centro de la ciudad. La vista y la decoración minimalista fueron el marco perfecto para lo que pasó esa noche.

Es de mañana. El dolor de cabeza sigue y cree que el desayuno podría cambiar las cosas. Decidió compartirlo con su amante pasajera.

Abrió la refrigeradora enorme y plateada. Sacó unos huevos, algunas tiras de carne y jugo de naranja.
Preparó los huevos de la manera más inglesa y perfecta posible. 
Las tiras de carne entraron en la sartén rápidamente, haciendo ese sonido apetitoso que solo puede hacer la carne cuando se cocina.

El jugo de naranja helado lleno un vaso de cristal brillante, solo hasta la mitad.

Junto los huevos y la carne en un plato cuadrado y blanco, acomodó el vaso a 45 grados y 5 centímetros de distancia. 

El desayuno perfecto para compartir con la amante perfecta.

Pero faltaba algo. Una rodaja de manzana. Cómo todas las mañanas.
Abrió nuevamente la refrigeradora para buscar el último ingrediente. Cogió la fruta pero su mirada se detuvo. Eran los mismos ojos con los que se encontró anoche. El mismo cabello. Los mismos labios. Solo que esta vez no había cuerpo.

Sin expresar algún sentimiento siguió mirándola. Le acomodó un poco el cabello y dijo "gracias por el desayuno". 

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